Porque ya no se puede soñar

La noche eterniza el momento en que recuerdas, incuba rostros y figuras que, al amanecer, quebrarán la realidad que te rodea.

La cotidianeidad nos corrompe y el único modo de salir de ella es trabajar por recordar; nunca olvidar el pasado para pisar firme en el presente, concientizar que estamos en un sitio prestado y que respiramos aire contaminado, ajeno, construir el futuro basados en el segundo que se aproxima, amenazante.

Tarea ardua abrazar al desencanto, volverlo parte de tu vida y, cuando haya perdido su utilidad, desecharlo, borrar con un paño las huellas digitales que se hallan plasmadas en la piel, en la tinta, en el papel que, nunca olvidarán un rostro sonriente, firme, pleno.

lunes, 17 de diciembre de 2007

Viajes

Los días en esta ciudad son estruendosos, horrendos, incoherentes y grotescos, injustos y desiguales; pero también son fantásticos (en toda la extensión de la palabra) y, de un modo agradable, inusuales, sobretodo si van enmarcados por un buen tiempo, un clima ameno y un mundo adecuado a las necesidades personales de la gente que merece ser feliz. Es el contraste que ofrece este monstruo insaciable, esta hidra incansable y tierna, un beso quimérico y una caricia desgarradora.

El viaje comienza en el lejano poblado de Santa Fe, tan parecido a Chicago, tan parecido a las cloacas, un sitio lejano en distancia y en afecto para el viajero que desconozca sus terrenos. Al llegar uno no percibe la carencia, paisaje común de un nauta constante de la ciudad, más bien la tendencia es sentirse abrumado y, quizá, maravillado por las esfinges de concreto dedicadas a faraones multimillonarios que establecen el centro de operación de cientos de miles de esclavos que laboran para continuar enriqueciéndolos. El mercado gigante ofrece lo básico, desde un Sanborn´s hasta un Mixup, pasando por miles de puestos de comida, de papelerías, de puestos de ropa, en fin, conceptos viejos con dinero nuevo. La gente se ufana de sí misma y anda con la cabeza en alto y la sonrisa en la boca, dispuesta a engañar al más atento investigador de tristezas, andan por la mini-ciudad-mercado con ganas de comprar afecto el único día en que dejarán de ser miserables y podrán entregar un poco de sí; cierto que no todos son iguales, algunos sonríen de verdad y sólo avanzan reafirmando su condición humana sobre el suelo que pisan. La diferencia entre ese mundo -de luces, opulencia, alegría (fingida o no)- y las cavernas más elementales es sólo un piso, el sótano del lugar está lleno también de gente mas ninguna de esas personas lleva ropa de diseñador, ni zapatos caros, ni pláticas sobre los viajes a Nueva York, lo que tienen es un uniforme, contenedores gigantescos de basura, bodegas, prisa por hacer las cosas, suciedad en su cuerpo y una devastadora carga de honestidad en los ojos, aquí nadie sonríe a menos que sea real, aquí una sonrisa no significa amistad, una amistad no significa afecto, aquí el mundo es diferentes y, de forma paradójica, es el universo que sostiene al mundo superior (por tan sólo una planta).

Al salir la única pregunta que se genera es ¿Por qué? Es complicado asimilar que la miseria y la desigualdad estén tan abismalmente separadas y tan estrechamente unidas, seis carriles para los veinte autos de los apoderados y un carril para los miles de cacharros que mantienen su mundo de sueños. No cabe duda que la geografía afecta de manera inequívoca las situaciones y no se puede esperar demasiado de un castillo de cristal que echa sus raíces sobre la basura.

De regreso en uno de los puertos, juntarse con la tripulación y recordar que siempre, aunque uno no lo quiera, habrá alguien que respalde tu búsqueda y tus logros. Alcohol, canciones de piratas y marineros exiliados que regresan a sus tierras, las mujeres de la tropa (que más bien ellos les pertenecen a ellas aunque se susurre lo contrario) hacen más ruido y traen más alegría a los soldados viejos que cualquier botín que pudiesen juntar, pero al fin restan tres marineros solos, profundamente tristes pero con la fuerza suficiente para seguir navegando con serenidad en busca de la sirena que los devore ¿A quién le importaría morir a mitad de un orgasmo (cosa que algunos enfermos le han llamado amor)?

Se izan las velas y compartir un momento no requiere ningún esfuerzo, total, el Madden 08 ya está ahí, sólo falta escoger los equipos y revivir historias que Aikman y Stauback envidiarían. Es hora de partir y “que dios te bendiga” es una frase que, a oídos necios, parecería un abuso, mas sólo son buenos deseos, sin importar en que animales sedientos de almas creas.

Al fin en casa, la madera cruje, el polvo se adueñó de los únicos habitantes fieles, los muebles, y la soledad espera con una taza de café a que el marino vuelva, con buenas noticias, con tragedias que contar, con aventuras que escribir, con lo que sea, pero que vuelva. Hay una carta que trae el azor, arrugada y vieja, con una semana se retraso y sin anhelo, de cualquier modo es una jovencita que solicita audiencia y sería absolutamente descortés (y estúpido después de tanto tiempo solo con marineros desaliñados) rechazar tan amable oferta, así que la soledad tendrá que esperar hasta que empiece alguna tormenta que mantenga en casa las aventuras. No es lo mismo ser un apestoso viajero que mostrarlo abiertamente, la limpieza (sólo por hoy) no caerá nada mal, un beso en la boca a la soledad que cada vez extraña y desea más, cortina ambiciosa de miedos, y a zarpar.

El barco avanza sin retraso y el coronel del timón anuncia la llegada al puerto, comienza la andanza por un sitio desolado, un campo de arena y roca sin luz, sin luna, unos cientos de metros guardianes de la felicidad y la prosperidad. Un ángel viejo, femenino, encorvado, vende dulces de cajeta y bendiciones por tres pesos, un cambio justo, antes de huir con dos dulces de botín, el ángel de una sola ala murmura “que dios esté siempre contigo”. Después de ello aparece la pequeña ciudad, luminosa, antigua, viva, cálida, cosa extraña para los que ya no tienen fe en Coyoacán y le miran con ojos cansados, aunque se ha renovado, será por la época o por el ánimo pero en definitiva se ve mejor. A lo largo del recorrido hay suficientes cosas para llamar la atención, por lo que es mejor ignorarlas, sólo se observa de reojo: un juglar que se gana la vida con chistes vulgares, corrientes, gandallas y estúpidos, pero muy divertidos, incluso un “doctor doctor, veo puros pinches elefantes azules -¿Y ya vio un psiquiatra?- No doctor puros pinches elefantes azules” arranca miles de sonrisas que suben al firmamento y que, de no haber tanto smog, se convertirían en estrellas; una iglesia, la que todos conocen, pero no es ya silenciosa, ahora canta, está alegre, viva, sobre ella se ven proyecciones de sus hijos más queridos (en definitiva las diapositivas son mucho más baratas que la pintura y no dañan el edificio) y los momentos que todos los entusiastas recuerdan con gusto; mujeres, hombres, un mimo y el grupo de marineros jóvenes que quieren demostrar su valentía fastidiando al actor que, detrás de su nívea máscara, contiene una profunda amargura; se nota también un silencio, un espacio vacío que, por más esfuerzos que haga el saxofonista, jamás se podrá llenar, ahí vivía, jugando ajedrez hasta el anochecer, leyendo la mano y tocando la pierna de las damas incautas que caían en sus garras, su ceguera era su principal virtud, y por eso murió, por virtuoso.

Ahí está, una tienda de ropa que cubre secretamente la rebelión, el centro de operaciones de los viejos guerreros que aún pelean contra el jefe. Ella aparece, se ve más pequeña de lo que el recuerdo mantenía, pero también es más linda, más seca, más frágil y la nodriza de aquel que, si es educado con propiedad, nos llevará a vivir en un mundo mejor: con sólo 5 años de edad, Sebastián es más claro, más astuto, más seguro de sí, más tenaz y más peligroso que todos los cobardes que habitaban a esa hora la plaza. Salir y la promesa al elegido es volver la semana siguiente, con ella es otra historia, no una muy feliz pero tampoco triste, no es una historia de amor ni de desamor, es un ser nuevo que se abre poco a poco para compartir su vida y su agonía junto a un cadáver que no sabe qué hacer para atinar una sonrisa ¿Por qué se escatima en hablar de logros y de lo que se tiene? ¿Por qué las charlas en la ciudad se refieren siempre al sufrimiento, a lo que falta, a lo que deseamos?

Parte, y el islote permite asimilar la charla de luces tenues que, al final, son luces, pero ocuparse de ello sería absurdo, demasiadas esperanzas destruidas en un mes tan triste, mejor oler la brisa nocturna, sentir el trozo de vida que ha sido obsequiado y pensar en una buena forma para regresar a casa, el servicio de barcas públicas se ha detenido y sólo quedan los cruceros particulares. Nadar en el asfalto a esas horas de la noche es un riesgo que nadie querría si no es absolutamente necesario, demasiados tiburones, pirañas y demás bichos marinos a las 12 a.m. como para enfrentarlos sin siquiera una buena espada y una eficientecarabina, aún así, navegar sobre un par de panam negros por río Churubusco es alentador, da tiempo a sentir el abrazo verdadero de la noche, disfrutar sus garras que acarician ligeramente y en cualquier momento apretarán. Ya han sido demasiados metros como para dejarlo ahora, mejor buscar la ruta más corta y seguir, a paso lento pero firme, es entonces que el río se transforma en un general, Cárdenas o algo así, de cualquier modo sigue siendo zona transitable y la hora aún mantiene demasiada gente en la calle, observarlos mientras los pies avanzan es un buen ejercicio siempre y cuando la mirada no sea demasiado brava ni directo a los ojos, la paranoia de la ciudad genera enemigos; el general ahora es un revolucionario, Zapata, que de manera instantánea huye y adopta un nombre antiguo, Tlalpan, pero sigue siendo el mismo asfalto, el mismo concreto, el mismo firmamento opaco y ennegrecido por la inconciencia humana, el mismo camino, el mismo dolor. Es hora de una parada en un islote, el hambre golpea las tripas y, si no hay más que perro para cenar, pues será delicioso comprobar de nuevo que el canino es un manjar que sólo los piratas saben disfrutar; el islote parece contener más de lo que parece, dos piratas sucios y peligrosos están desorientados “¿Qué tranza compadre nos vamos a aventurar? –Simón-” Una sonrisa y el temor de la noche llega a los corazones del marinero más fiero, ir de portales a “tres cuartos pa´rriba de Martin Carrera” no será nada sencillo a la 1:30 a.m., por lo que deciden buscar un trago para entrar en calor y quedarse a dormir en el barco que están arreglando, la despedida es un “Suerte con tu aventura carnalito” y entonces ya no se ven tan rudos, son personas, igual que todos, que temen, que ríen, que lloran en esta urbe.

Es cierto que por aquí la buenaventura no ha tenido su nido favorito, pero que sólo una ¡Sólo una! de las vendedoras de deslices amargos ofrezca una sonrisa y un espacio en la cama es casi deprimente, hasta recordar que la causa es que el marinero que va a pie es un marinero pobre, entonces el incidente se olvida y el camino no se acaba. No cabe duda que la ciudad a esa hora es un chiquero, basta observar cuanto puerco de cuerpo azul y cabeza colorada hay por las calles, la mayoría de ellos haciendo lo único que saben hacer, porquerías, revolcándose en su lodo y el abuso, en el dolor y la estupidez de los demás, desgraciadamente hay una excepción, y desgraciadamente dado que se necesita una excepción que confirme la regla, que es cordial, está limpio, parece tratable, ahora bien, habría que ahondar en su mente para saber que pasa, pero un marinero sólo viaja, no anda metido en esas cosas.

Al fin la tierra prometida, el hogar espera y sólo bastaron 90 minutos de camino para llegar de Coyoacán a casa, los pies duelen y la amiga soledad masajea los pies, mientras que la amante soledad arropa al cansado viajero, es casi increíble, un viaje por la ciudad y llegó sano y salvo aun poniendo a prueba su estabilidad emocional y económica, algo le ayudó y nadie dudará en pensar que fueron los buenos deseos de la tarde y el ángel de la noche.

Por lo que resta es descanso, poner en stand by la mente viendo al peor equipo de la NFL, los pats, ganándole a los Jets, imaginar historias con los programas buenos que, al pasar por tv abierta, se vuelven malos, emocionarse con “El devorador de pecados” que grita “Apocalipsis ¡Ahora!” y la gente corea a gritos su nombre “Ciber, Ciber, Ciber” y el hogar retumba.

Es entonces que el sueño vence cualquier ímpetu, la cobardía somete la espalda y los dedos están fatigosos, quieren reposar, para regresar, al amanecer, al puerto de historias terribles y maravillosas.


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Esta rola es la expresión perfecta de lo q es mi vida, claroq me hubiera gustado escribirla yo pero mejor así!!!!!



2 comentarios:

Mait' dijo...

Piratas, marineros, rios, monumentos egipcios,espectaculos en las catedrales ¿Quien quiere salir de la ciudad? Hay que saber ver para coincidir que el D.F ofrece el mejor viaje

Sandra Becerril dijo...

Yo también andaba por aquellas tierras que mencionas, concuerdo contigo, no lo podía haber dicho mejor...
Muchos abrazos.