Porque ya no se puede soñar

La noche eterniza el momento en que recuerdas, incuba rostros y figuras que, al amanecer, quebrarán la realidad que te rodea.

La cotidianeidad nos corrompe y el único modo de salir de ella es trabajar por recordar; nunca olvidar el pasado para pisar firme en el presente, concientizar que estamos en un sitio prestado y que respiramos aire contaminado, ajeno, construir el futuro basados en el segundo que se aproxima, amenazante.

Tarea ardua abrazar al desencanto, volverlo parte de tu vida y, cuando haya perdido su utilidad, desecharlo, borrar con un paño las huellas digitales que se hallan plasmadas en la piel, en la tinta, en el papel que, nunca olvidarán un rostro sonriente, firme, pleno.

lunes, 8 de octubre de 2007

Que el cielo exista, aunque nuestro lugar sea el infierno

Quiero escribir en inglés y no puedo, no me detiene la barrera del idioma, me detiene el momento de empuñar de pluma y destrozar la blancura de las páginas.

Contemplo el vacío que hay en mí y siento vértigo, mis manos tiemblan y se rinden, la sobligo a escribir contra su voluntad y, como todo lo que se hace a la fuerza, sale mal.

Me cuesta trabajo pensar y me lastima el utilizar la silla que está decepcionada de mí.

Estoy entre ladrillos porque aquí debo estar, fumo por fumar, vivo –mejor dicho, no vivo- de manera automática, de manera casual en escala de grises, de sepias, murió el colibrí multicolor.

Cierro los párpados y me sigo obligando a respirar, sigo temblando mientras deseo darle voz al otro, utilizarlo como herramienta para descifrar las grietas en la atmósfera.

Los párrafos cortos, como la fiebre, señalan una enfermedad, un síntoma de un virus subatómico, inseparable, que aqueja a los cuervos de un cuento que nunca existió.

Desencanto, fatiga espiritual, pereza intelectual, desencanto prefiero llamarle.

Quiero escribir e español y tampoco puedo, así que dejaré, pues, que los expertos hablen y, si me preguntan, apruebo la eutanasia.

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Sólo una por tu miedo,
sólo una por prejuicios,
sólo una por la noche que no fue,
sólo una por el día que terminó.

Otra por las palabras que escondiste,
otra por los deseos que con silencio pediste,
una más por el tiempo que faltó,
una menos por el tiempo que sobró.

Un respiro hondo porque te alejas,
un suspiro profundo a palabras necias,
unas ganas que no dejan de mirarte,
un recuerdo que no deja de abrazarte.

Pronto una y ya no más,
no hay culpables, no hay condenas,
no hay sonrisas, no hay sorpresas,
y la suerte me detesta.

Sólo una por tu vida,
sólo una por mi muerte,
esferas cristalinas que queman mi interior,
que abrasan mis mejillas, que se detienen,
sólo una por tu vida,
sólo una por mi muerte.

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Recostado en mi cuarto, en alguna ocasión que no recuerdo qué hacía, de la estrella que tengo guardada salió volando un objeto, atravesó la habitación y escuche un cristal quebrándose. Asustado me levanté con cautela y me acerqué, por razones obvias mi planta del pie terminó con un vidrio enterrado y sangrando. Continué el acercamiento y descubrí que aún quedaba lo que parecía un pequeño cuello de cristal con un corcho sellándolo, aunque el cuerpo estuviera destrozado. La botella rota contenía un mensaje dentro de sí, poco a poco, el vidrio se fue transformando en estelas de humo que formaban palabras que se desvanecían apenas las leía. Alguien quiso decir algo y fui elegido para recibirlo, dejo aquí lo que recuerdo de aquella noche.

“Recordemos a los súper héroes de la infancia, había siempre uno para cada cosa: la súper fuerza, Superman; la inteligencia y los trucos más oscuros y efectivos, Batman; la fuerza de voluntad, Linterna verde o The Martian Hunter (no recuerdo su nombre en español); la telepatía, Aquaman. Así cada uno tenía poderes que los caracterizaban, no eran únicos porque siempre había con quien competir pero sí eran los más representativos.

Conozco, haciendo una analogía, a gente con una fuerza incomparable, una resistencia única y una fuerza de voluntad inquebrantable, aún no sé cual es el mío, ni siquiera sé si tengo, pero me gustaría que así fuera.

Hay también para cada uno sus debilidades, kriptonita, los recuerdos de un pasado devastador, el fuego, no sé, mil y uno más. He forjado mi vida siempre basado en lo que no quiero más que en lo que quiero, aún no sé cual es mi poder pero sí cual es mi debilidad.

La soledad parece algo trillado, pero quien no se ha sentido verdaderamente solo no puede comprenderlo. Las noches son el peor enemigo de los que sufrimos soledad, sí, noches oscuras en que la computadora, los libros o la nicotina ya no mitigan ni ayudan a pasar el mal rato.

No tengo nada de que quejarme, tengo una escuela, un trabajo, familia (y aquí entran mis amigos) y gente con quien convivir. Platico conmigo todas las noches y todas las mañanas uno despierta con buenas intenciones… casi siempre fallidas al atardecer. Pero podría concluir que, a pesar de los malos ratos, soy un hombre feliz, sólo me queda ese algo por resolver.

Perdí la brújula un día y no he podido recuperarla, me enseñaron desde pequeño a valerme por mis medios, no estoy seguro de que lo hayan conseguido. La soledad trae miedo, el miedo requiere protección, la protección implica algo o alguien en que creer, tal vez el desencanto me inundó un día y nunca pude nadar a una orilla medianamente saludable.

Conozco algunas cosas de la vida, buenas y malas, sé también que me falta mucho más por conocer y que, aunque decida no hacerlo, el bulto de experiencias se seguirá llenando. He cometido los siete pecados capitales y no me arrepiento de ninguno, uno aprende a disfrutarlos, además, dejan de ser pecados cuando pierdes esa cosmovisión tradicional, se vuelven sólo experiencias.

A pesar de todo me encuentro ahora frente a una muralla que pensé había derrotado ya, ese sentimiento de soledad. Quiero aclarar que no es abandono, que me siento apoyado, que por cualquier cosa que haga –aún siendo la más terrible- habrá siempre alguien para ayudarme.

Lo que no he conseguido aún es la forma de pedir un abrazo para recibirlo, justo a medianoche, cuando el estomago se sale por los ojos, aún no tengo la suficiente confianza en mí para llorar a moco tendido frente a alguien más. La única vez que pedí un abrazo me fue negado de la manera más cruel, por puro orgullo, las últimas personas con las que lloré abiertamente ya no están, simplemente desparecieron. Después de tan gratas experiencias no estoy seguro de poder hacerlo de nuevo.

Alguna vez me juré que nunca volvería a llorar frente a otra persona, que nunca volvería a dar motivos de lástima, pero estoy desesperado y ya no sé qué hacer. Necesito… NECESITO un hombro en el cual recargarme y poder gritar, llorar, patalear en paz, sin que me pregunten “¿Qué tienes?” No tengo nada, simplemente estoy vivo, debo llorar una vez por cada una que río, debo limpiar todo el rencor que tengo, debo dejar de sentirme abandonado. Debo recuperar mi –no sé si la tuve alguna vez- capacidad de perdonar.

He también lastimado a muchas personas, les he mentido, he faltado a mi promesa, a mi palabra, no les he puesto la atención que merecían, incluso he cometido lo más grave, les he consentido sus peores faltas. Es como dejar a un niño acabarse el bote de dulces a sabiendas que le dará diarrea y lastimará su estomago. Tampoco es que esto lo hiciera conciente, siempre me he comportado de la manera que creo que está bien, cuando ha dejado de servir la he cambiado y lo seguiré haciendo… aunque también sé que seguiré dañado a la gente.

No sé que viene, no quiero saber que viene, estoy acobardado, acojonado dirían los ibéricos, quiero respuestas mas no tengo preguntas. Esta noche saldré por unos cigarros y espero no volver, si regreso me gustaría que me olvidaran.

He muerto una y otra y otra y otra vez pero nadie nunca me ha enterrado, supongo que es una especie de castigo por seguir dando vueltas aquí.

No sé porque escribo esto, aquí, así, pero, como todas las noches, está noche tampoco habrá nadie para consolarme…

Será por eso que me he convertido en un vagabundo.”

Entendí entonces lo que pasaba, silenciosamente saqué del buró del abuelo su viejo revolver y la botella donde guardaba ese barco corsario inglés. Con cuidado, como quien hace un aborto, extraje la nave de aquel objeto de cristal, un asesinato menor a cambio de una causa mejor.

Ya vacía la botella tomé un cigarrillo y comencé a consumirlo, cada bocanada era una frase guardada en la botella, cada vez que respiraba moría un poco, me sentía agotado. Al final tenía una botella de cristal llena de humo y con un gran corcho tapándola, en la misma oscuridad que me encubría y era mi complice, me acerqué a mi estrella, la observé y antes de lanzar la botella amarré con un cordón de cuero el revolver, sólo tenía una bala pero era suficiente, la arrojé por la luz cegadora de la estrella, me recosté en mi cama y encendí otro cigarrillo.

Al despertar recordé lo que sucedió la noche anterior y corrí hacia mi estrella para ver si había respuesta pero nada. Después mi vida transcurrió normal, como todos los días, pero siempre recordé el revolver que uní, me hubiera gustado que alguien hubiera hecho lo mismo por mí, espero que de ahora en adelante tomen las debidas precauciones. Espero cada noche que otra botella salga volando de mi estrella y diga “Gracias”… o que sólo regrese el revolver del abuelo para que, en sagrado matrimonio, se una con la bala que guardé.

1 comentario:

JormaX dijo...

No sé qué tanta analogía tenga el escrito, pero hay algo que sinceramente llama mi atención: "La única vez que pedí un abrazo me fue negado de la manera más cruel". Es muy similar a una entrada que hice hace varios días. Y todo se resume al nuevo sencillo de Café Tacvba: "Volver a comenzar".
Hasta luego.