Porque ya no se puede soñar

La noche eterniza el momento en que recuerdas, incuba rostros y figuras que, al amanecer, quebrarán la realidad que te rodea.

La cotidianeidad nos corrompe y el único modo de salir de ella es trabajar por recordar; nunca olvidar el pasado para pisar firme en el presente, concientizar que estamos en un sitio prestado y que respiramos aire contaminado, ajeno, construir el futuro basados en el segundo que se aproxima, amenazante.

Tarea ardua abrazar al desencanto, volverlo parte de tu vida y, cuando haya perdido su utilidad, desecharlo, borrar con un paño las huellas digitales que se hallan plasmadas en la piel, en la tinta, en el papel que, nunca olvidarán un rostro sonriente, firme, pleno.

domingo, 9 de septiembre de 2007

Caminando por la ciudad

¿Por qué amo y odio la ciudad de México? Es una pregunta muy compleja, tal vez ni siquiera se pueda responder, pero tal vez unas imágenes urbanas me ayuden un poco (no se dejen asustar por el partido de fut que después se pone mejor).

Sábado por la mañana, 9 a.m. (madrugada para ser sábado), preparar el uniforme y salir rumbo al sur, día nublado, un poco vacío, pero eso es siempre una ventaja considerando el tránsito tan pesado. Llego a mi destino y ya me esperan, hasta me apresuran porque vamos un poco tarde, esperamos al resto del equipo (la porra también cuenta) y nos encaminamos hacía un lugar donde habita gente extraña, extrañísima, vamos rumbo a Coapa, el Satelite del sur. Llegamos a las canchas y sigue nublado, poco a poco se juntan los básicos siete para entrar al juego (hubiéramos tenido un cambio si las cervezas y el whisky no le hubieran impedido al goleador llegar). Primera jugada y un tremendo golpe en la rodilla, a jugar lesionado, duro, como debe ser, dicen que la frase de cabecera de un defensa es “O pasa el jugador o pasa el balón, nunca los dos” y la verdad es que la bola es más redonda y veloz que yo así que…

Muchas porras, muchos goles, sudar la playera como suelen decir, pero como las cosas buenas terminan, el arbitro pita el final. Salir, comentar el juego y el hambre acecha, a desayunar unos deliciosos tacos de carnitas, consuelan un poco el dolor del choque en la rótula. Ya con la barriga llena el mundo es diferente, ahora sí, a lo que sigue.

Llega la banda y se va la porra -las veremos más tarde-, se comenta la semana, saludos agradables y a comenzar a escribir historias de gnomos, hombres-rata, humanas locas, veneno en la comida y todas esas cosas que permite el mundo medieval y cinco horas de gusto por estar con los amigos compartiendo un hobbie.

La historia termina con un final semi-feliz ya que continuará la próxima semana, así que es hora de ir a comer, pero el destino interrumpe (siempre tan oportuno y con buenas noticias). A los ángeles les gusta el café y que los consientan así que a emprender la jornada al cielo para robar un pedazo de él.

Uno andando por caminos que desconoce merece una brújula, pero cuando hay dos nortes es verdaderamente complicado tomar una buena decisión. Tengo que llegar a una calle pero hay dos con el mismo nombre a sólo un par de kilometros de distancia, así que, ignorando el terreno, tomo la decisión equivocada y termino lejísimos de donde iba, pero uno no se rinde así que de vuelta, ahora sí, con la decisión correcta. ¿Está de más decir que uno siempre tiene buenos compañeros que ayudan? Pues no ni lo estará, es un alivio sentirse respaldado.

Llego a la televisora, donde parece que la gente sonríe porque le pagan por ello y no porque realmente tenga ganas de hacerlo, así que evito mirarla y sigo mi andar, me siento un poco mal por pensar que hay quien vende sus sentimientos y sus ojos “Sólo los cobardes no lloran”. Paso de una obra faraónica a otra, funcionales sí, pero destructivas y construidas de cemento que quería ser escultura, del segundo piso del periférico a la ciclopista. Voy al número $&=, fácil, está el #”( frente a mí y parece que si voy a la izquierda iré subiendo… ¡Oh sorpresa! Sigue el ¡%”%, aunque después dice $”/, entonces supongo que no es tan grave. Avanzo, avanzo, avanzo y algo me dice que está todo mal, ya obscureció y dejó de haber viviendas, ahora sólo hay fábricas y pocos automóviles, decido caminar un poco más (¿Sartre? Sí, creo que Sartre decía que una ciudad sólo se puede conocer caminándola, y qué razón tenía, sólo que no contaba con que la ciudad de México es incaminable), llego de nuevo a donde hay viviendas, pido orientación y la respuesta del encuestado me sorprende “Sí es por aquí, pero la neta te recomiendo que te vayas por la ciclopista” es entonces que me doy cuenta en el lío y en la colonia que estoy metido, veo a lo lejos unas vías del tren y –aunque no me crean- un túnel oscuro con una luz al final; es tiempo de volver, llevo una hora vagando y el cielo aún no se ve ni cerca, en efecto, me fui al lado contrario. Contra todo mi orgullo marco por el celular y me declaro oficialmente perdido, recibo un poco de ayuda y sólo observo que tan mal estoy. Como sea, uno no se puede rendir así de fácil, a borrar las huellas y volver los pasos andados que lo único que no es válido es quedarse estático.

Decido que algunas herramientas serán necesarias: a tomar el camión (el transporte público en el DF es maravilloso y terrible pero esa es otra historia y debe ser contada en otra ocasión) me lleva sólo un par de cuadras, pero está bien, un pago justo por un servicio justo. Una hora con veinte minutos después, gracias a la numeración y a no hacer caso de mis instintos –cosa que tengo prohibido hacer de nuevo-, llego al anhelado Decido que algunas herramientas serán necesarias: a tomar el camión (el transporte público en el DF es maravilloso y terrible pero esa es otra historia y debe ser contada en otra ocasión) me lleva sólo un par de cuadras, pero está bien, un pago justo por un servicio justo. Una hora con veinte minutos después, gracias a la numeración y a no hacer caso de mis instintos –cosa que tengo prohibido hacer de nuevo-, llego al anhelado Decido que algunas herramientas serán necesarias: a tomar el camión (el transporte público en el DF es maravilloso y terrible pero esa es otra historia y debe ser contada en otra ocasión) me lleva sólo un par de cuadras, pero está bien, un pago justo por un servicio justo. Una hora con veinte minutos después, gracias a la numeración y a no hacer caso de mis instintos –cosa que tengo prohibido hacer de nuevo-, llego al anhelado Decido que algunas herramientas serán necesarias: a tomar el camión (el transporte público en el DF es maravilloso y terrible pero esa es otra historia y debe ser contada en otra ocasión) me lleva sólo un par de cuadras, pero está bien, un pago justo por un servicio justo. Una hora con veinte minutos después, gracias a la numeración y a no hacer caso de mis instintos –cosa que tengo prohibido hacer de nuevo-, llego al anhelado $&= de la calle a la que iba, toco la puerta, espero un poco y sí, ahí era, los ángeles están listos después de los deberes para ese café que necesitan. Lo que sigue, bueno, es tan bueno que no lo comentaré, las palabras a veces no son suficientes para describir el bienestar, dicen que las cosas buenas no son motivos de discusión; no hay café pero hay alegría, donas, sonrisas, manos, mejillas y ánimo (aunque la energía esté un poco acabada). La autoridad (no, los puercos no, hasta creen, una autoridad de a de veras, de esas que en verdad valen la pena) me da un gesto de afecto y amabilidad incomparable, me saca de la zona desconocida y me deja en un islote flotante con navíos directo a= de la calle a la que iba, toco la puerta, espero un poco y sí, ahí era, los ángeles están listos después de los deberes para ese café que necesitan. Lo que sigue, bueno, es tan bueno que no lo comentaré, las palabras a veces no son suficientes para describir el bienestar, dicen que las cosas buenas no son motivos de discusión; no hay café pero hay alegría, donas, sonrisas, manos, mejillas y ánimo (aunque la energía esté un poco acabada). La autoridad (no, los puercos no, hasta creen, una autoridad de a de veras, de esas que en verdad valen la pena) me da un gesto de afecto y amabilidad incomparable, me saca de la zona desconocida y me deja en un islote flotante con navíos directo aamp;= de la calle a la que iba, toco la puerta, espero un poco y sí, ahí era, los ángeles están listos después de los deberes para ese café que necesitan. Lo que sigue, bueno, es tan bueno que no lo comentaré, las palabras a veces no son suficientes para describir el bienestar, dicen que las cosas buenas no son motivos de discusión; no hay café pero hay alegría, donas, sonrisas, manos, mejillas y ánimo (aunque la energía esté un poco acabada). La autoridad (no, los puercos no, hasta creen, una autoridad de a de veras, de esas que en verdad valen la pena) me da un gesto de afecto y amabilidad incomparable, me saca de la zona desconocida y me deja en un islote flotante con navíos directo a mi destino; las despedidas son tristes cuando hay tiempo, pero esta se observa normal, cotidiana, con insurgentes encendida y los bares listos para recibir a la gente, así que me voy, quiero, agradezco y es momento sano de decir “hasta pronto”.

Subo en uno de los peseros y pregunto si me lleva a mi destino, me contestan de una manera común “yo te aviso” y de una manera común, no me avisan. Me bajo en División del Norte y Miguel Ángel de Quevedo, me dicen “está aquí a dos cuadras para allá y una para adentro” dudé y dudé y dudé, pero pensé que como no conocía muy bien, estúpido hazle caso a tus instintos que gritaban, era otra forma de llegar, así que seguí las instrucciones y sólo le di la vuelta a la manzana, sin un centavo en la bolsa decido pasar al cajero para tomar el camión de vuelta mas está vez me hago caso y no entro, eso y mi intuición periodística que me decía que los carnales parados en la puerta del banco no eran confiables, me sigo y decido caminar, no puede estar tan lejos el centro de Coyoacan… gravísimo error, sí está lejos. Camino, ya frustrado, cansado, con hambre y la verdad, encabronadísimo porque me vieron la cara de pendejo… la frente y casi las nalgas, voy soltando maldiciones y me decido calmar si no todo será peor.

Cruzar una calle no debe ser complicado para nadie, menos si tiene el semáforo en verde, pero un simio con licencia y una camioneta silenciosa me ataca por la espalda, suerte que llevo mochila y me golpea justo ahí, casi me tira… bueno, casi me atropella de no ser porque recogí las piernas, si no seguro estaría, de menos, en el hospital. La verdad, la verdad, no es que me haya espantado, me cagué de miedo y el hambre se fue, pero el mal humor, la frustración y las mentadas de madre volvieron; continuo mi andar, ya voy demasiado lejos como para rendirme ahora. Me doy cuenta que tengo vistas nocturnas, un trío de jóvenes echándose un gallo, normal, no pasa nada, hasta que se forman en un triangulo amenazador que no me inspira nada de confianza “con una chingada, lo que faltaba” me alisto para sacar mis cosas dárselas, que se vayan y pegarle unos madrazos al poste –todo antes que vomitar bilis, que horror- pero la casualidad se apiada de mí, me piden un tabaco o un varo, les doy mis últimos 50 centavos y me voy, aún más paniqueado. Ya, camino sin observar, me acuerdo de Sartre y le mando una mentada de madre hasta su tumba. Vuelta a la derecha y ya se ve el caos vial, estoy en el centro de Coyoacán, por fin. Subo las escaleras y ahí están, como siempre, esperándome con una sonrisa, un abrazo y una cerveza, platico mi día y es hora de irse temprano “Lo bueno es que estás vivo para contarlo, ahora ya te puedes cagar de la risa” supongo que podré, pronto, cuando la neurosis lo permita. Llego a otra de mis casas, al menos –gracias ñero- así me hacen sentir, la Canela armó un desmadre, el humor se apaga por un momento y me siento un poco culpable de estar ahí, pero prefiero ayudar en lo que se pueda. El día fue hermoso y horrible, estoy muy cansado, muy tenso y me voy a dormir, esta vez abandono las chelas y la madrugada para descansar.

Domingo en la mañana, a ver a la abuela que está enferma (ojalá pronto se recupere), aviso al castillo –de una forma al parecer impropia- que no asistiré y me voy. Llego y ya saben como son las abuelas, siempre amor caminando, pasa la tarde sin sobresaltos, una agradable cotidianeidad de ese hogar. Le gano 10 varotes a mi jefa y a mi abuela en el domino y en el conquián, suficiente para pasajes del día siguiente. Llegar a mi casa –que relativo, pero no, esta es donde vivimos mi mamá y yo- y a revisar correo, pendejear en internet y…¡Zaz! Ya la cagué, hice una estupidez y no me di cuenta, espero resolverla pronto ya que lo que está en juego es una de las cosas más valiosas que tengo en la vida, hago lo que está en mis manos, no sé hacer otra cosa y bueno, esa es otra historia y debe ser contada en otra ocasión; es hora de dormir, de pensar, de pedir perdón y desear con el alma que las cosas que uno tiene no las pierda hasta que sea el momento (haré lo posible para que ese “mometo” se alargue)… no, no tengo un final, no lo quiero tener, como dicen por ahí “A descansar al panteón”.

¿Por qué amo y odio la ciudad de México? La odio porque es un caos, pero me siento identificado con ella, no me odio, pero la empatía es profunda y no hay manera de esquivarla, a veces me siento ladrón, a veces victima, a veces victimario, a veces un monumento faraónico, a veces cemento que quiere ser obra de arte, a veces orgulloso, a veces estúpido, a veces división, a veces miguel ángel…

La amo, con todo mi ser , porque en ningún otro lugar se viven estas aventuras, imposible aprender estas experiencias en cualquier otro sitio, inútil intentar sentirse tan retado y tan victorioso en otra parte del mundo, inútil tan vencido, pero sobretodo me gusta este lugar porque aquí vive la gente que más amo, las personas más increíbles que he conocido en toda mi vida, que más admiro y respeto, con sus manías, con sus culpas, con sus sonrisas, con sus manos, con su sudor, con sus brazos abiertos, con la cálidez que sólo puede provocar tan urbana indiferencia, con sus sentimientos encontrados (que también son míos), con su tolerancia, con su desesperación, con sus donas, con sus autos rojos y verdes, con sus camionetas guindas, con su olla expres haciendo ruido, con su whiskey, con su cerveza, con sus desvelos, con sus madrugadas, con sus atardeceres, con su dentadura postiza, con sus brackets, con sus lentes, con su autenticidad, con sus máscaras, con sus confusiones, con sus aciertos, con sus errores, con esas personas, siempre con ellas… algo las puso en mi camino y no estoy dispuesto a perderlas, haré lo que sea para que se mantengan a mi lado, lo único que es necesario son ganas y amor.

1 comentario:

Liz González dijo...

Que mi Mau!!!
1.- A los cerdos nunca le preguntes una diercción... sabe más un niño de 4 años que ellos.
2.- Eso de lo semáforos verdes!!! Cu´diado no quiero verte en un hóspital, eh!!!
3.- Espero que tu abuelita se recupere muy, muy pronto.
4.- Te reto a jugar conquian...
5.- Para la próxima... mándame un mesnaje... y así no caminas tanto y no preocupas a nadie...