Porque ya no se puede soñar

La noche eterniza el momento en que recuerdas, incuba rostros y figuras que, al amanecer, quebrarán la realidad que te rodea.

La cotidianeidad nos corrompe y el único modo de salir de ella es trabajar por recordar; nunca olvidar el pasado para pisar firme en el presente, concientizar que estamos en un sitio prestado y que respiramos aire contaminado, ajeno, construir el futuro basados en el segundo que se aproxima, amenazante.

Tarea ardua abrazar al desencanto, volverlo parte de tu vida y, cuando haya perdido su utilidad, desecharlo, borrar con un paño las huellas digitales que se hallan plasmadas en la piel, en la tinta, en el papel que, nunca olvidarán un rostro sonriente, firme, pleno.

sábado, 1 de septiembre de 2007

Cuando el viento azota

Hey q tal, les dejo un par de textos, el primero de su servilleta y el otro de un cuate. Poema y cuento ahí se los dejo y no vayan a cometer el error de dejar el cuento a la mitad pq si no... bueno acábenlo.

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Hombre de papel.

Hombre de papel que extraña en dos partes,
una que está siempre contigo y no está con él,
otra que siempre está con él y quiere estar contigo.

Hombre de papel que frunce el ceño,
que golpea las paredes y patea las piedras,
que rompe los vidrios y azota las puertas.

Hombre de papel que viaja a dos metros del suelo,
que sube y que baja, que viene y que va,
que vuela y se arrastra, se rasga al final.

Hombre de papel, extraño nocturno,
iracundo, ruidoso, nostálgico, furioso,
gigante, melodioso, melancólico, dichoso.

Hombre de papel, frágil visita de tarde soleada,
de ojos extraños, de olor a cereza,
de dientes menguantes, de silencio, de nada.

Hombre de papel, de centro escarlata,
de aura amarilla, de piel naranja,
de tumba negra, de ceniza agotada.

Hombre de papel desafortunado:
encontró suerte en tu almohada,
la desdicha en tu ígnea mirada.

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Una triste historia

Llego a tiempo para el interrogatorio, veo a través del espejo de una vista y me decepciona ver que me he perdido el inicio del procedimiento.

Al otro lado del espejo observo un cuarto estéril, sin ventanas, una mesa de interrogatorio, dos sillas atornilladas al suelo y una iluminación parpadeante que de solo verla hace que me dé jaqueca.

En una de las sillas, el interrogador Roberto Suárez con sus notas pulcramente acomodadas frente a él y una grabadora de bolsillo al lado. Del otro lado de la mesa el interrogado; Jaime Sanani, un individuo que bien podría pasar desapercibido entre una multitud. Cabello oscuro, gafas sin distintivos ni de marca conocida, quizá lo único que lo delataría serían esos pequeños ojos negros en cuya superficie se puede apreciar un brillo que delata la demencia que tras ellos se esconde.

—Veamos, entonces ¿su relación con el asesinato de Sir Anthony de Burguess?— pregunta Roberto en un tono que denota más hastío que nada.
—Yo induje a Clemente Hernández a que lo llevara a cabo— responde Sanani sin siquiera parpadear.
—¿Desde cuándo conoce a Hernández?
—Pareciera ser casi toda una vida, fue una de las primeras personas que conocí recién llegado a la ciudad.
—¿Ya veo, y cuál era su relación?
—Meramente profesional, pero aún así lo conocía muy bien.
—Ya, ¿y con respecto al suicidio de la actriz Diana Blank?
—Yo la convencí de que terminara con su vida, le di el arma y estuve con ella hasta el final.

Roberto se remueve inquieto en su asiento sin dejar de quitarle de encima la vista a Sanan. Revisa sus notas y prosigue.

—¿Cómo conoció a la señorita Blank?
—Seguí su carrera desde el inicio, cuando sólo tenía papeles menores en obras de teatro de poca monta, ella lo notó y pronto me volví su amigo y confidente.
—¿Y se aprovechó de esa confianza para obligarla a suicidarse?
—No, en eso se equivoca, ella atravesaba por un período de profunda depresión, su nombre ya no llamaba la atención, poca gente seguía sus obras, no tenía la menor oportunidad de saltar al cine y el público la comenzaba a olvidar. Lo único que hice fue ayudarla a terminar con su miseria y a que tuviera un final digno con el cual retirarse... irónicamente después de ello consiguió finalmente dar el salto a la pantalla grande.
—¿Sabe usted que entre los seguidores de la señorita Blank hay quienes aclaman por su sangre; y no debería decirle esto, pero hay otra parte de ellos que lo aclama por ello y siguen su caso con mucho interés?
—Por supuesto, recibí mucho correo con ambos puntos de vista.
—Déjeme ver si lo entiendo bien, recibió correspondencia con relación a la muerte de la señorita Blank?
Luego de dudar un momento y desviar la mirada Sanan responde:
—Sí, había cartas que me amenazaban de varias maneras y unas cuantas me alentaban a seguir adelante.
—Claro, y usted se dejó llevar por la fama y decidió cometer...¿cuántos homicidios más?
—Quince más, y quizás hubiera seguido delante de no ser por ella...
—¿Quién es ella Sanan?— pregunta Roberto, su voz dejando percibir claramente un tono de curiosidad.
—Gabriela Minchaca.
—¿Qué sucedió con la señorita Minchaca?— pregunta Roberto mientras revisa sus notas y hace nuevas anotaciones.
—Debe comprender que ella fue mi obra maestra, sin embargo su muerte me llenó de fuertes sentimientos de culpa y remordimiento que ocasionaron que me entregara voluntariamente. Es posible, como ya le dije antes, que si no hubiera sido el punto máximo de mi carrera hubiera continuado quizás toda mi vida buscando esa perfección.
—Reláteme todo lo que pueda de la señorita Minchaca— lo exhorta Roberto mientras continúa frenéticamente tomando notas.
—La había entrevisto desde hace mucho tiempo, y no podía dejar de pensar en ella, soñaba con perderme en su mirada de zafiros, con una caricia de su piel tersa y suave como la seda, y con tan sólo percibir su perfume de violetas regresar a la realidad para seguir el mapa que trazaban en su piel las pecas que portaba cual orgullosos tatuajes.

Es por ello que regresaba puntual a una cita que nunca hicimos en un café de la Condesa para apreciarla mientras iba y venía entre las mesas llevando néctar y ambrosia a los mortales que frecuentaban el lugar. Intercambiar unas pocas palabras y ver los hoyuelos formarse en sus mejillas, y no tener el valor para decirle algo más. Imaginar pláticas que nunca llegaron a suceder e hilar frases ingeniosas para momentos perfectos que nunca se presentaron.

Todo era perfectamente llevadero hasta el día en que llegó luciendo un anillo de compromiso mientras se acercaba para el acostumbrado intercambio de palabras escasas. Sentí como si me hubieran retirado el suelo bajo mis pies y salí corriendo del café para no volver jamás.

Y sin embargo regresé, pero no para entrar en el café sino para conocer a mi rival en el juego por sus afecciones.

Vi llegar un auto último modelo, del cual bajó un ejecutivo vestido con un traje hecho a la medida, e irremediablemente supe que no era rival para él.

Fue en ese momento que planeé todo a la perfección.

Los vi besarse y charlar un rato, ella terminó su turno y se fueron. Los seguí en mi auto hasta un edificio de departamentos, y luego de un rato vi sus siluetas recortarse en las cortinas del apartamento, y al apagarse las luces sentí como si hubieran apagado algo dentro de mí.
Contacté con un asesino a sueldo, pues sabía que de haberlo hecho yo mismo me faltaría valor para terminar con la luz de sus zafiros.

Mi plan era perfecto, como un guión de cine, vi como el asesino entraba en el edificio de departamentos días después, lo seguí hasta el departamento, lo vi abrir la cerradura sin esfuerzo, lo acompañé adentro y contemplé como le volaba a él la cúpula de los pensamientos, mientras ella gritaba a todo pulmón, seguí la trayectoria de su brazo y un destello acerado hasta su pecho, terminando con su vida en un instante.

Y mientras su alma inmortal se elevaba a los cielos, mis lágrimas caían bañando los suelos.
Sanani calla, es claro que no tiene nada más que decir, Roberto apaga la grabadora, llama a los guardias quienes se llevan a Sanani, el cual no opone la menor resistencia.

Mientras Roberto enciende un cigarrillo entro a la sala de interrogatorios.

—Rayos!! ¿Habías visto alguna vez un caso así?— me pregunta Roberto.
—Nunca, pobre Sanani, tanto talento y el pobre diablo sufre un colapso nervioso que lo lleva a creer que él ha asesinado a cada protagonista que él ha creado.
—Rayos— repite Roberto, quien recoge sus cosas— de todos los pacientes que tenemos en el psiquiátrico él es el más triste.
Apago la luz mientras salimos y cierro la puerta tras de nosotros.

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Buena noche...

2 comentarios:

ella la que escribe... dijo...

entre la verosimilitud de la ficción y la ficción de la realidad existe un momento donde los corazones se unen y crean la literatura... un muy buen relato, desgarrador al inicio y muy bien logrado al final...
un beso!!!
pd. espero ser algún día uno de estos personajes ,va...

marianaenana dijo...

Me encantó el final del cuento...